Deshacerse de nuestras opciones
Tener opciones suele ser bueno. Las personas escogemos siempre la mejor opción de la que disponemos en cada momento, es decir, cuando tomamos una decisión lo hacemos porque en ese momento todo lo que sabemos nos hace pensar que es la mejor opción.
Eso quiere decir que en cuantas más opciones tengamos en un momento dado, más posibilidades tenemos para escoger una opción mejor que las otras (por el contrario, tener una sola opción es no tener opciones, y tener solo dos opciones no es más que un dilema). Por tanto, disponer de muchas opciones es positivo.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando la decisión está clara, está tomada y a corto plazo no va a cambiar? ¿Es bueno tener opciones cuando no ya no las necesitamos, sobretodo si estas opciones tienen un coste?
Hace un tiempo se hizo un estudio en el MIT que quiso comprobar este hecho. La prueba era la siguiente: a los sujetos se les presentaba un juego de ordenador, en el que aparecían tres puertas. Cada vez que se escogía una de las tres puertas, el juego daba un premio en dinero. Una de las tres puertas daba premios más altos que las otras dos. Tenían 20 intentos para escoger puertas.
En la primera prueba, se puso a los sujetos a jugar. Cuando después de algunos intentos encontraban qué puerta era la que más dinero daba, usaban todos los intentos que les quedaban en pasar por esas puertas. Eso, claro, les daba los mayores beneficios.
En la segunda prueba, el escenario era el mismo, con la diferencia de que si se pasaba mucho rato sin escoger una puerta, ésta desaparecía y no podrían volver a entrar en ella. Los sujetos encontraban la puerta que más dinero daba, pero en lugar de sólo hacer click sobre esta, de vez en cuando entraban en las otras dos, sólo para que no desaparecieran. De esta forma estaban perdiendo dinero por mantener las puertas visibles.
En una tercera prueba también desaparecían las puertas si no se usaban. Pero esta vez, aunque desapareciera visualmente la puerta, el sujeto aún podía escogerla. En esta tercera prueba pasó lo mismo que en la segunda, los usuarios usaron clicks para mantener a la vista las dos puertas que menos dinero daban.
Como vemos, en la primera prueba se buscaban premios porque no se perdían las opciones, pero en la segunda y tercera prueba se desperdiciaban recursos para mantener las opciones disponibles. ¿Qué es lo que falló?
Objetivo que se buscaba era adivinar qué puerta que daba más premios. Hasta que no se encuentre la puerta, en cuantas más opciones tengamos mejor. Pero una vez conseguido el objetivo, mientras las condiciones no cambien, no es necesario tomar ninguna decisión más.
Los sujetos de la prueba fracasaron a la hora de reconocer cuál era el objetivo real del ejercicio, y eso les llevó a malgastar recursos en unas opciones que, una vez tomada la decisión, se convirtieron en lastre.
Esto tiene relación con el concepto de ‘quemar barcos’ del que se habla a veces. Lo que nos mueve principalmente cuando quemamos barcos es darlo todo por conseguir algo, ya que lo hemos perdido todo. Pero también es cierto que si perdemos lo que teníamos, nos quitamos una preocupación de mantener algo que no necesitaremos, como en el caso de las puertas.
Ahora, piensa en qué cosas estás manteniendo como herencia de una época anterior: hábitos, suscripciones, alquileres, creencias, etc. Pregúntate si hay alguna de estas cosas que fuera una opción en su momento, pero que una vez tomada la decisión ya no tiene sentido mantenerla, y lo único que hace es desgastar tus recursos.
¿Qué puertas estás manteniendo abiertas inútilmente?
Fotografía: two goats, one eternal salvation. por Genista
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